sábado, 10 de septiembre de 2011

Michel Foucault pasa por Paymogo (Romería 2011)



Es probable que nadie se diera cuenta, pero el hecho no tuvo nada de extraño, al principio, aunque sí lo tuvo al final. Yo mismo no sabía nada del filósofo francés hasta que me tropecé casualmente con uno de sus libros: “Castigar y Vigilar”. Después, mi inquietud hermenéutica e incurable me llevó a profundizar algo más en su narración discursiva y recurrí a su controvertido betseller: “Las Palabras y las Cosas”. Digo esto, por si alguien, siente curiosidad por conocer el pensamiento de este calvo, o nadar durante algún tiempo en las aguas más finas de la gnoseología postmodernista más allá de Lyotard o de Rorty.

Estaba sentado en las piedras “rossetas” que componen el asiento de la puerta trasera de Diego Benito, cuando lo vi aproximarse hacia mí con cierta diligencia, cosa extraña porque no nos conocíamos. En principio, confieso, lo confundí con el calvo italiano que arbitraba a nivel internacional. Esto era asunto imposible: el futbol no pasaría tan desapercibido entre la doxa. Así que finalmente reconocí al pensador de la libertad por el camino escabroso, al benefactor de la marginalidad por el camino intrépido y al que rasgaba con brillantez en el carácter etnocéntrico del poder por el camino de la genealogía: - ¡Casiano, supongo!

La lógica, un tanto arbitraria, lo reconozco, es que no tiene nada de extraño puesto que ya pasaron por aquí Platero y Don Quijote. Foucault es tan real como la vida misma -salvo que se nos ocurra profundizar en qué es la vida y qué es la realidad (como diría el francés)- aunque no sabría qué decir de los otros dos, y menos después de un par de caladas del cigarrito de un amigo , cosa que no hago habitualmente (ego me absolvo), aunque ya todos nos hemos convertido en delincuentes de alguna tipología delictiva, contemplada por los, últimamente, rápidos decretos de las altas instancias gubernamentales –son mejores que los mass media, no tienen desperdicio-. Es como una especie de oferta legislativa para que haya mayor demanda delictiva, en el floreciente mercado de la jurisprudencia contemporánea.

No sé de dónde proviene este temor al neofascismo y al nazifascismo emergente, cuando de manera presencial ya ha encontrado un espacio cómodo e inductivamente eficaz en la geopolítica eurocéntrica (escuchen atentamente a Angela Merkel si no se lo creen)
“Hacer vivir, dejar morir” es el logos de la contemporaneidad, lo dice Foucault, lo dice un filósofo, lo dice un sabio. No lo digo yo, ¿recuerdan?: “Aristóteles lo dijo y es cosa verdadera…” El problema, y ahora vamos a dejar de sonreír, es que Paymogo no se encuentra en el primer axioma de la frase del francofilósofo, y más problema aún, siendo “fino”, es que algún lector entienda que alguien o algún pueblo, cualquier otredad, deba ocupar el lugar del segundo axioma –dejarlo morir, es decir: matarlo-

-¿Vamos a la Romería, amigo Fou –yo ya había cogido confianza, el aguardiente ayuda (no busquemos moralidad crítica en lo segundo, porque entonces convertiremos el fenómeno migratorio endémico en un éxodo alarmante).
- ¡Parfaitement! –eu fisele saber a ele que so falo um pouco da lingua irmá e nao muito, o homem percato-se dessto y trocó pelo español embora- ¿Cómo no? …

…Creo –dijo mi amigo durante el paseo- que no se le volverá a usted ocurrir escribir algo acerca de las reuniones, menos aún hacer reflexiones filantrópicas simuladas tras la polisemia “aguda” del término: económicas.
- ¡Desde luego que no! -contesté in situ- Ya me guardaré. ¿Pero por qué me lo recuerda? –no le interrogué sobre cómo sabía eso, entiendo que los fantasmas pueden acceder a los archivos con facilidad-

-Las reuniones –Fou, adoptó un aire de seriedad pseudocientífica- conforman distintos molares desde lo molecular, desde el sujeto particular hasta el avispero selectivo. Podemos verlo también en las metrópolis actuales, las grandes ferias donde ya no se vende ganado, allí como aquí todo el mundo está en su sitio. En la reunión o en la caseta, el individuo supera el gran temor de pasar indiferente y eclipsado, ninguneado por el ambiente de la macro fiesta; reunido encuentra su identidad colectivo-estatutaria, su autoestima, donde los que no son de su especie “no pasarán” sin estar invitados, y los que son de su clan identificarán y apreciarán su compañía. No hace falta un locus ideológico que los haga homogéneos en lo esencial, puesto que la reunión se activa sólo de cuando en cuando a lo largo del año. Sí (como no puede ser de otra manera) cierta complicidad en los criterios. Es económica en sentido literal, tienen poder en sentido sociológico, la cuota anual la marca el estatus social: una reunión no es lo suficientemente barata como para que entre cualquiera, ni lo suficientemente cara como para excluir a quienes desean que entren los cuatro capitanes que la crearon en un principio, se trata de ser en la fiesta buriles de la raza…

- Disculpe – interrumpí- No me gustaría que esta conversación terminase en un “Diálogos al anochecer” o algo parecido. Ya seguiremos en otro momento, y por otra parte debo advertirle que yo soy más del Círculo de Birmingham, los Estudios Culturales, Raymond Williams, Stuar Hall, y no de forma apóstata sino como un humilde lector, en fin, ya me entiende. Los nominalismos son más para historiadores relativistas que en la alegre reunión, anudan convenciones con la mayéutica socrática y se hacen amigos de la escolástica aristotélica, todo bañado de un albedrío risueño de sabores superfluos, moribundos y olvidables, aunque congratulados. Yo prefiero la vida mientras dure, y criticar los pronósticos apocalípticos cuando esconden, tras las lisonjas de un tenue velo, un totalitarismo amenazante y un subversivo continuar de la explotación.
Admiro su obra en lo que vale y aporta, en lo cognitivo y arduo, en lo racional y lo sensible, en lo práctico y lo teórico; pero créame, no la dejo ir más allá del valor que todavía tiene la esperanza emancipadora, que debe acompañar al hombre en todos los tiempos y por encima de los temporales venideros, concluyendo: más allá de su ataraxia y la de Nietzschen , más cerca de “El habitante y su esperanza” con Neruda y muy lejos del antropocentrismo.

Esto fue todo, y así me despedí de mi nuevo amigo, para que no vayan ustedes a decir, como se acostumbra: Dime con quién andas y te diré quién eres. Se puede pensar diferente y no dejar de reconocer que alguien es una gran persona, un gran filósofo y un buen ejemplo de su coherencia. ¡Hasta siempre monsieur Foucault!
Casiano Cerrillo Domínguez-Sept. 2011