lunes, 20 de febrero de 2012

CIERTOS USOS DEL LENGUAJE COMO RECURSOS DE HEGEMONÍA

        En un planeta consternado, y últimamente, tan agitado por las manifestaciones en el mundo árabe, en el occidental y hasta en  el “envidiable” norte de las Américas, son muchos los análisis, provenientes de distintos estratos sociales e incluso sensibilidades muy diversas, algunas de ellas dedicadas al desarrollo de la espiritualidad humana; que apuntan de manera “reflexiva” a la ineludible necesidad de un cambio de rumbo, de una revolución que conlleva un cambio de pensamiento y una elevación del ser y que resulta “a todas luces imprescindiblemente previa a cualquier  intento de transformación social”.        
       
      Para algunos intelectuales, finalmente, este último periodo de la historia en el mundo entero es un periodo de re-evolución; un eufemismo para apartar los métodos y las ideologías revolucionarias que en otro tiempo y lugares conformó  otras transformaciones sociales. Así es que nos encontramos con una primera metáfora para desigualar métodos e intenciones del pasado: la metáfora re-evolución, una grafía que nos sitúa en la imagen de que todo es evolutivo, pero cuando los cambios deben sucederse con mayor rapidez procede re-evolucionar, antes que revolucionar. Y en esta Torre de Babel, donde las grandilocuentes palabras de la historia van tomando nuevas derivaciones, observamos como el lenguaje también adquiere en el mundo mercantil otras oportunidades al uso, y puesto que  estos vocablos se ponen de moda; ahora cualquier producto novedoso constituye toda “una revolución” o una “re-evolución”,  ya que nos estamos “re-inventando” mientras que “des-aprendemos”.        

      Una segunda metáfora no menos significativa es la palabra paradigma. A estas alturas no hay un solo escritor, periodista, historiador o político que no haya sucumbido  a la tentación –incluso el que suscribe- de usarla o buscar la oportunidad de mencionarla oportunamente en algún contexto; esto cuando no hemos provocado el contexto para utilizarla con   “elocuencia”. Su significado también está estrechamente relacionado con una situación de cambio, a veces hasta se ha utilizado redundantemente habilitándose en algún texto como “cambio de paradigma”.      

      A estas alturas del artículo que nos ocupa, el lector ya habrá apreciado que no hay tales metáforas en estos usos. Cierto es, pero eso da lo mismo. La palabra “metáfora” adquiere también ahora un uso tan recurrente como cualquiera de las otras dos, y su utilización para destacar cualquier aspecto  del conocimiento es hoy imprescindible, y denota estar a la última en los saberes ilustrados. Ahora todo el lenguaje es un inmenso océano “metafórico” donde el mismísimo Wittgenstein navegaría orgulloso y reconocido al fin.      

       La cuestión es; ¿existen intenciones de fondo en la utilización y selección de algunas palabras?, ¿son inocentes, inofensivas modas del lenguaje que cambian al compás de los tiempos?, ¿o por el contrario, se trata más bien de usos bien estudiados, intencionales, para derivar hacia nuevos modos de perpetuar por consenso el conformismo social?       En los tiempos actuales de crisis, y en las altas esferas de poder en el llamado mundo desarrollado, se suele utilizar otra metáfora no discutible, donde debe sobreentender quien tenga “sentido común”, que no ha lugar a ser cuestionada, esta es: “hay que recuperar el crecimiento económico a toda costa y cueste lo que cueste”. Por otra parte, el sentido común también se ha convertido en un uso frecuente a nivel mediático, en  otra metáfora.       

       En esta guerra de posiciones, por las que atraviesa el lenguaje de nuestros días, podríamos mencionar otras muchas palabras con accesiones que mucho más allá de buscar convencimiento, se asientan en prejuicios de sobre entendimiento y se transmiten como indiscutibles. Veamos algunos ejemplos poniendo en cursiva el recurso metafórico: a) Tal asunto –el que sea- ha sido aprobado por la Comunidad Internacional. b) La prioridad debe ser conseguir adecuar el déficit público a las directrices de Europa. c) El mercado no permite que determinadas decisiones sean tomadas en estos momentos. d) Es imprescindible para superar la recesión una reforma del mercado laboral.       Son muchos los ríos de tinta, que determinados autores de consagrado prestigio y muchas las obras –clásicas y contemporáneas- sobre las que se ha intentado verter un amplio desarrollo del significado de cada una de estas palabras y frases. Todas ellas muy discutidas, debatidas desde espacios ideológicos dispares e incluso convergentes. Pero ahora, el meteórico ascenso de “tecnócratas” (no dejan de ser políticos dotados de ideología) a las carteras ministeriales del marco europeo, ha desplegado una ofensiva cadena de decisiones reaccionarias y antipopulares,  cuyas primeras muestras de toxicidad se manifiestan a través del lenguaje, de tal suerte que hasta el significado de la palabra indignación  está siendo mediatizado para descontextualizarlo del alcance popular  que la puso de moda.   

      Se utiliza por tanto hoy más que nunca el lenguaje como un recurso de hegemonía por el capitalismo, hasta el extremo en que la demagogia ha pasado a convertirse en imprescindible para cualquier político que gobierne o tenga cartera en el mundo occidental, independientemente de la tendencia o partido del que provenga. Es como si la obligación de tener que disfrazar la verdad, cosa que los lleva a la metáfora, por resultar indigerible su expresión directa, los tuviese atrapados no ya en el pensamiento único, sino también en su expresión única. Cabría decir que han sucumbido  prisioneros de sus metáforas en el LENGUAJE ÚNICO.