sábado, 25 de junio de 2011

La leyenda de Teresinha

Há um dito: “Os pensamentos säo coisas”. Eu acredito nesta frase, mas também é verdade que ainda nôs näo temos um aparelho pela mediçäo da energia de nossos pensamentos. Acho, e é muito provável: quando nós pudermos manter nossas mentes pacíficas, o mundo mudará num Mundo Melhor.
Faz muito tempo, num tempo de ontem, ao otrou lado da Raya e pelas aldeias e povos vizinhos ouvia-se esta antiga história. Hoje já näo é possível ouvir dela, mas pode ser que ainda uma velha pessoa sozinha, em uma triste rua, esteja-a lembrando assim:


Nutriéndose de los delgados hilos nacientes del llanto de la Sierra, el Chanza serpentea corriente abajo, buscando a los indestructibles guardianes de la ribera; en la Cirujana, la Laguna o la Huerta, sus discos pétreos e invulnerables guardan cánticos lusitanos y coplas prístinas andaluzas. En estos molinos confluían campesinos de ambos lados de la frontera; portugueses y españoles aguardaban su turno para moler el grano. Pero el Molino Pablo, en su interior abovedado, como una perpetua cripta, a la hora del crepúsculo vespertino, del día trece de agosto, deja escapar de la roca lamentos inefables que rompen el silencio de las piedras.

Algunos pastores, ese día, no quieren entrar cuando se hace el ocaso, y otros, habiéndolos escuchado, prefieren no hablar de ello. Los sollozos, agudos e intensos, parecen buscar justicia. Si permaneces escuchando, el molino se torna frío, espeluznante, como si una daga te tocara con su hoja helada toda la piel. Sólo puedes huir despavorido.

Teresinha, hija de una feliz pareja de labriegos portugueses, Úrsula y Sebastiäo, bajaba al molino cada tarde de estío. Le gustaba caminar por los almendros de la ribera. Luego se descalzaba y metía los pies en el agua tibia de la bancada de piedra, allí chapoteaba en soledad recogiéndose la falda y dando volteretas, danzando, con la mirada puesta en el cielo azul y distante. Teresinha tenía la suavidad de la brisa ribereña en su blanca piel; los ojos hechos para contemplar la belleza, negros y profundos. A través de sus delgados labios desplegaba una sonrisa intensa, de sana ingenuidad, iluminando toda su lozanía. Tenía motivos para estar contenta, porque igual que ella, Leohel bajaba cada tarde a la ribera para que sus ovejas abrevasen.

Desde hacía algunos meses la mirada profunda y dulce de la muchacha, encontraba más el cielo en los ojos del pastor que en el cielo mismo y cuando lo sentía bajar apresurando a las ovejas con su alegre vocerío, ansiosa, feliz y con el corazón golpeando con fuerza en su pecho, corría a su encuentro. Él la tomaba en sus brazos y la hacía girar en volandas llenándola de besos, después se apresuraban al molino y allí dejaban fluir los designios de Cupido, porque antes de la caída de la noche, Teresinha, tenía a su pesar que abandonar los brazos del amor y acogerse a la celeridad del regreso para no hacer enfadar a sus padres. Se despedía de Leohel diciéndole con ternura: O meu pai diz que dietar cedo y cedo erguer da saude y faz crecer.

La guerra de Restauración había finalizado hacía tiempo, pero algunos destacamentos de la Compañía de Milicias patrullaban todavía la frontera, y con la escusa de evitar las incursiones vandálicas de los portugueses, también ellos, gustaban, en ocasiones, provocar al país vecino con algún que otro acto de cobardía. Aquella tarde, Teresinha, como cada día, bajaba feliz por la ladera de los almendros, cuando de pronto, un jaleoso ruido de voces distantes y arreos de caballos la hizo detener en la mitad del alto.

Los jinetes españoles habían maniatado a Leohel y lo arrastraban en acto de linchamiento. La joven muchacha contemplaba despavorida e impotente el dramático final de su idilio, mientras unos y otros pasaban a cuchillo al desdichado pastor. Cuando el destacamento terminó de divertirse con tan “aplicada” misión, abandonaron el lugar a galope, dejando al infortunado que terminara de apagar la vida vertiendo su sangre en la ribera.

Teresinha se apresuró hasta Leohel, lo incorporó en un abrazo de dolor y clavó en sus ojos ausentes su última mirada. Armada con la fuerza de la indignación, lo arrastró hasta el interior del molino y profirió cuantos gritos emanaban desde su angustia, contra las rocas y las piedras, con tanta fuerza y dolor, que allí quedaron atrapados para siempre. Después, Teresinha se cortó las venas con la faca de su amado, se abrazó a Leohel con un deseo de unión eterna, y en aquel abrazo frío permanecieron, hasta que fueron encontrados por el pobre Sebastiäo.

Desde entonces, cada trece de agosto, a la hora vespertina, los lamentos salen de las piedras, junto con un pavoroso clamor, que lo inunda de escalofrío.

1 comentario:

  1. Ignoro en qué vericuetos se ha basado autor para hilvanar esta historia, pero está muy bien contada.
    Por proximidad a esas piedras y al hecho mismo de la escritura, aún siento con más fuerza el relato.
    Un saludo y espero seguir viendo en este portal otras aportaciones.Será un placer leerlas.

    ResponderEliminar