Cuando vienen las voces lo dejo todo,
la tempestad se me hace amiga y la proclamo
la tormenta me diluvia y yo la sigo.
El olvido de los astros posa en el firmamento
canciones inefables.
Mis amigos se olvidan de la aurora en sus delirios
y en sus conflictos vomitan
sin reflexión debacles de castillos dorados
y otros sueños donde no cabíamos todos.
Sin auto culpa, sin razón y sin memoria.
Amnesia de arrogantes.
Razonar de consentidos.
Ahora se hermanan, algunos sin saberlo,
en la derrota, al ruin adversario,
y con lamentos se revuelcan
en la espuma gris, donde antaño
abandonaron los principios de la vida
y su justicia inexpugnable.
¡No, no quiero pintar arroyos risueños en mis versos
para que los ríos del mañana los vuelvan a disolver!
No me convidéis al desatino de vuestros despachos
abrillantados por las chachas que ignoráis en el fondo
con sonrisas de pasillo.
No, no quiero subir a una luciérnaga habiendo estrellas.
Los binomios me disgustan, los arrojo con la nausea
Y me amarro al mástil. ¡Horribles sirenitas del ocaso!
Seguid en vuestras estructuras de tinta amalgamada,
seguid sin denunciar a los que os hacen filisteos
desde la sombra y acudís a sus convites
-para esos asuntos sois muy silenciosos-
Pero si podéis abandonar lo que os hace viles,
lo que sobra, lo que pudre todo, lo que no palpita…
Entonces, y sólo entonces,
Aquí tenéis un hombro más,
Un discurso distinto y hasta un verso.
Buscad entre los pobres. Ahí estoy.
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