Simba es una gata
engreída que ha llegado a creerse una pantera,
toda libre y loca. Ya no se acuerda cuando la llevaba en cualquier
bolsillo de mi tabardo y tenía el tamaño
de un paquete de tabaco. En aquellos entonces, de no hace tanto tiempo, asomaba
su cabecita de luna gris y con su mirada iba fotografiando el color y el sitio
de todas las cosas. No se despegaba ni un palmo de mi lado, ¡que miedosa!
Simba tiene ahora los ojos avispados y limpios
como el verdor marino de los arrecifes de coral, su pelo es gris con rayones blancos, pero cuando la acaricio
me regala terciopelos de todos los colores y ronroneos de no me dejes nunca.
Yo no pude enseñarle
muchas cosas del mundo de los gatos. Ahora es ella la que me enseña a mí: De
pronto da un salto y me ataca de sorpresa saliendo de cualquier sitio
inesperado, y después de darme el susto se va corriendo para ocultarse otra vez
en el jaguarzo, subirse a la encina o meterse en un cubo que yo vaya a
necesitar. No puedo hacer otra cosa que seguirle los caprichos y aguantarme. Me
exaspera, y mira que le digo y le digo, y le riño y le riño. Nada. No es que no
sepa, es que no acepta. Salta, corre, juega, entorpece, desaparece, aparece. A
veces sale de entre mis piernas cuando estoy ordeñando, apoya sus manos en el
filo del cubo y se pone a contemplar la leche blanca y la espuma, olisquea el
aroma caliente y me mira como recordando el sabor que tenían sus biberones.
Menos mal que ahora,
entre jaguarzos y pastizales ha aprendido a jugar con las mariposas blancas. Es
como una bailarina en primer curso de ballet. No sabe a cuál perseguir; a esta
amedranta, a esa asusta, a aquella salta, a todas quiere coger…a ninguna pilla.
Se divierte, y eso le gusta. Hasta que se cansa y se acuerda de mí. Entonces se
apresura a recordarme que no debo dejar de darle mimos.
-¡Simba ven aquí! Voy a
contarte una cosa. Acabo de acordarme que se ha levantado la veda de la
tórtola, ¡me ha entrado mucho frío Simba!, hasta puedo oír los truenos,
oler la pólvora y ver la sangre. Esta
noche te meteré en la jaula del loro Pope, que en paz descanse. Mañana, cuando
me levante y me ponga los pantalones, los zapatos, la camisa y la soledad
vendré a sacarte del presidio. Por la mañana volverás a jugar con las mariposas
blancas.
-¡Mauuuu! –palabra
felina, que asociada a su mirada de resignación, quiere decir; no te doy un
gañafón porque también te quiero-
En el telón vespertino
de hoy, Simba se asolapa en su jaula y calla al fin. Yo me alejo paso a paso lentamente. Una vez apartado, sigo
caminando cabizbajo pateando piedras.