sábado, 1 de septiembre de 2012

SIMBA Y LAS MARIPOSAS BLANCAS


Simba es una gata engreída que ha llegado a creerse una pantera,  toda libre y loca. Ya no se acuerda cuando la llevaba en cualquier bolsillo de mi tabardo y  tenía el tamaño de un paquete de tabaco. En aquellos entonces, de no hace tanto tiempo, asomaba su cabecita de luna gris y con su mirada iba fotografiando el color y el sitio de todas las cosas. No se despegaba ni un palmo de mi lado, ¡que miedosa!

 Simba tiene ahora los ojos avispados y limpios como el verdor marino de los arrecifes de coral, su  pelo es gris  con rayones blancos, pero cuando la acaricio me regala terciopelos de todos los colores y ronroneos de no me dejes nunca.

Yo no pude enseñarle muchas cosas del mundo de los gatos. Ahora es ella la que me enseña a mí: De pronto da un salto y me ataca de sorpresa saliendo de cualquier sitio inesperado, y después de darme el susto se va corriendo para ocultarse otra vez en el jaguarzo, subirse a la encina o meterse en un cubo que yo vaya a necesitar. No puedo hacer otra cosa que seguirle los caprichos y aguantarme. Me exaspera, y mira que le digo y le digo, y le riño y le riño. Nada. No es que no sepa, es que no acepta. Salta, corre, juega, entorpece, desaparece, aparece. A veces sale de entre mis piernas cuando estoy ordeñando, apoya sus manos en el filo del cubo y se pone a contemplar la leche blanca y la espuma, olisquea el aroma caliente y me mira como recordando el sabor que tenían sus biberones.

Menos mal que ahora, entre jaguarzos y pastizales ha aprendido a jugar con las mariposas blancas. Es como una bailarina en primer curso de ballet. No sabe a cuál perseguir; a esta amedranta, a esa asusta, a aquella salta, a todas quiere coger…a ninguna pilla. Se divierte, y eso le gusta. Hasta que se cansa y se acuerda de mí. Entonces se apresura a recordarme que no debo dejar de darle mimos.

-¡Simba ven aquí! Voy a contarte una cosa. Acabo de acordarme que se ha levantado la veda de la tórtola, ¡me ha entrado mucho frío Simba!, hasta puedo oír los truenos, oler  la pólvora y ver la sangre. Esta noche te meteré en la jaula del loro Pope, que en paz descanse. Mañana, cuando me levante y me ponga los pantalones, los zapatos, la camisa y la soledad vendré a sacarte del presidio. Por la mañana volverás a jugar con las mariposas blancas.

-¡Mauuuu! –palabra felina, que asociada a su mirada de resignación, quiere decir; no te doy un gañafón porque también te quiero-

En el telón vespertino de hoy, Simba se asolapa en su jaula y calla al fin. Yo me alejo  paso a paso lentamente. Una vez apartado, sigo caminando cabizbajo  pateando piedras.

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