jueves, 25 de octubre de 2012

El grito de un nadie.


Un ovillo me atraganta,
un ovillo de estaño
con punzones  de angustia
y me quiebra  esta  osamenta
vestida de carne hastiada.

Me trilla,
me derriba en el sopor
sobre  la tierra muda
y la vacuidad
de la impotencia.

Crueldad  que no termina.
 Rapiña de córvidos
 con  negrura impávida.

Subirán tres enteros
sus finanzas,
y  blanquearan sus deudas
cinco puntos
multiplicando por diez
sus embustes,
seguirán vomitando
en lo de todos,
y seguirán  llenando
de óxido y orín
las dignidades.
Ellos no se cansan
de exprimir limones
de sangre,
les sobran alacranes
y esbirros
debajo
de las chisteras.
Por eso
en los olvidos del mundo
me retuerzo
- insufriblemente
       me retuerzo-
                                porque
para vergüenza de todos
y mi vergüenza
(no se escapa ninguno)
todavía
los niños yunteros siguen
            los niños yunteros
                             los niños.
Ninguneados por montones
   -irreconciliable paradoja-
en el  bulevar
de los nadie,
eternamente  abonados
a la nada y al grito
en la calle
nos veremos,
en la calle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario