domingo, 25 de noviembre de 2012

La plegaria del último chamán yun´wiyá –cherokee-




Tengo hechas las manos
para acariciar el presente
del día fugaz y vencer los alacranes
que se ocultan en las espadañas nocturnas
junto a los ababoles muertos
en las noches  sin luna.

Me incrusto a pelo
sobre el lomo alazano
de un corcel furtivo que cruza la llanura,
y galopo la madrugada
abriéndole los párpados  al futuro
ante los ojos del viento
sin mirar la grupa,
sin amordazar la raíz ni el rayo
que sorteó mi potro veloz
en el diagrama febril de su espantada,
y somos uno a contra corriente
y a contra flujo del metal
y de la urbe cerril del hombre blanco.

Me desnudo el pecho en la tormenta
para sentir el llanto de la Tierra,
antes de que las lágrimas se vuelvan sangre
planetaria en las arterias del altiplano.

Soy hijo del sol,
pariente  de las estrellas centellantes
que vigilan mis sueños,
amigo del valle,
el halcón sabe mirar con  mis ojos
sobre el bosque,
la sierpes teme el sigilo de mis pasos
y la hojarasca calla la cautela
de mis huellas sin quebrarse.  

Tengo los ojos  enseñados
a cazar el latido de la luz
que se oculta en las esferas
del  atardecer
cuando mato las palabras.

Soy  vuelo vesperal
del águila en recogida.
Hijo  de la niebla de invierno,
descendiente directo de la fronda,
recojo el grito del tucán
y dejo fluir la alborada
por las manos verdes de la selva.

Espero la noche junto al aniwayha
en la atalaya del cóndor
y vuelvo a nacer
con cada nuevo silencio
delante de la aurora.
Sé que vencerá el rugido de la  pólvora
la estirpe de mi raza desangrada,
pero la impronta sideral de mi galope
resurgirá en el cenit de otros hombres.

 Dejaré una señal
en el abajadero del siervo
 junto al remanso del río,
el hombre que venga y la entienda
se convertirá en mi hermano,
pero si llega una mujer con ojos de luna
galopará nuevamente la vida sobre la piel
del cosmos nuevo
con hemisferios de esmeraldas azules.

Este soy yo,
esta es mi plegaria,
mi lanza apunta al cielo,
el chacal apostilla el juramento
inclinado ante las ascuas de la hoguera.
El jaguar indómito,
que observó la mácula lútea del hierro
mancillar la selva de punta a punta,
hoy se apacienta a mis pies
como la dócil mascota
de un vate del universo.
El jaguar, en esta hora
de continuos sepulcros,
atesora con sus ojos perpetuos
el vientre de mi plegaria.

1 comentario:

  1. Nunca habia tenido la oportunidad de leer ten solidas tremendas y hermosas de plegarias gracias por publicarlo

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