martes, 25 de octubre de 2011

Cuando escribir se convierte en un verdadero problema


Casiano Cerrillo- Octubre 2011
Sabemos –o deberíamos saber- todos los que escribimos, que contraemos una gran responsabilidad frente a nosotros mismos (versus  coherencia),  y frente a los demás por lo que de influyente –en positivo- o de hiriente -en negativo-, puedan tener nuestras opiniones y posturas.  Es algo que evidentemente toda persona que escriba debe asumir con naturalidad, así como una buena disposición a la crítica y a la aceptación de las opiniones que rivalizan con nosotros, de ello también se deduce una predisposición constante al aprendizaje y la adquisición de experiencia. Sin embargo, en mí caso,  no es por esto por lo que escribir se convierte en un problema. Tampoco la falta de temática o de inspiración; en cuanto a lo primero sobran temas sobre los que siempre se puede decir algo; en cuanto a lo segundo: la inspiración no tiene mayor misterio  que el acostumbrado ejercicio de la concentración.  Mientras que la crítica, a pesar de los defensores del acriticismo –bipolarmente estaría el criticismo compulsivo- siempre es dinamismo que mueve y transforma el mundo, y por ende bienvenida.

¿Entonces, por qué escribir se convierte en un verdadero problema? Sencillamente porque no sabes dónde acudir. Dicho de otro modo: hay momentos en los que se abren tantos campos al mismo tiempo para una mente inquieta, que tal vez lo mejor es dejar a las facultades cognitivas de observación completar su sosegado trabajo ( por método precede a la escritura), en la quietud del ánimo, dominando los impulsos que las constantes invitaciones provocan desde  la multiplicidad  de acontecimientos  y  discursos, de manera flagrante,  a todo pensador, y que por asumido tiene, parafraseando a  Rudyard  Kipling, cumplir  la  máxima de  mantener la cabeza en su sitio cuando los demás parecen  perder la suya, aunque te culpen de ello.

Así es que estaba escribiendo una tesis sobre la Ideología en sentido General, pero me tropecé con apreciaciones, que frente a mi predisposición a la crítica ante  el sensismo común,  me advertían de la relación entre corazón, cordialidad y cordura (gracias a un artículo del joven filósofo José M. Martínez Sánchez); tres grafías etimológicamente relacionadas y que no podía perder de vista. Con lo cual es mejor interrumpir el trabajo para más adelante.

Entonces me puse a escribir un poema. Algo sobre el habitante cotidiano de la cotidiana villa y sus amaneceres. Pero me resolví en un entramado de no sé qué intuiciones sobre la oportunidad de los recursos líricos para los tiempos que vivimos. Un preguntar constante y consciente sobre qué interpreta quién no trasciende la percepción lírica nominalista -por excelencia-, al pálpito universal, totalista (no autoritario) -por inductivo-. De tal suerte  que lo dejé para otro momento.

El panorama político actual,  allende la realización artística, brinda un campo amplio y cuantiosamente colmado de opiniones desaforadamente provocadoras.  Sin embargo, teniendo en cuenta que nos encontramos en un momento de precampaña electoral, tal vez sea prudente dejar que sean ellos –los políticos profesionales- quienes aclaren sus posicionamientos ante todos los retos que se han presentado y los que se avecinan. Es mejor entonces dejar tanto la crítica como los apuntes que puedan inspirar creatividades que, aceptadas por complacencia, luego no se velan nunca en el terreno de la realidad cuando terminan las elecciones. Ya va quedando claro al ciudadano medio, que la mayor licitud concedida es la indignación misma, desde donde no llega el eco de los medios de desinformación masivos y todo su correlato del  “maravilloso” sistema democrático en el que nos hemos instalado.
  
Por tanto, me delego a mí mismo de votante a paciente, de escribiente a lector, y cuya única regla del juego acepte sea  el pacifismo, y sólo el pacifismo, allá donde todos los que se apoltronan han roto las reglas  que nos hacían dignos e ignorado las que se nos antojaban pertinentes. Por otra parte, está claro celebrar el abandono del terrorismo de ETA, es más, sé que muchos lo estamos celebrando con la misma alegría y optimismo que un día celebraremos el abandono del  terrorismo con que se pone a una familia en la calle, en el paro o en la invitación a compartir desde una guerra que no nos concierne el lamentable espectáculo y  la paradoja “justificadora” de: “tenemos que matar para dejar claro a quienes matan que matar está mal”.

 No tengo nada que contaros, lo siento, tal vez otro día se me ocurra algo. O debiera decir,  para los que subestiman los sonidos del sur;  me se (¿por qué tiene que ir un indeterminado por delante nuestra?)  ocurra algo, ¡no ni ná! (tres negaciones típicamente andaluzas y populares que determinan, con ingeniosa frescura, la mayor afirmación posible). De manera que el paradigma –palabra hoy imprescindible, ya le estoy cogiendo asquito- de escribir algo o no,  está resuelto.

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